La seducción del poder y el privilegio han sido siempre casi difíciles de eludir para algunas personas que se han cansado de no conseguir lo que desean siendo honrados y honorables. Hay varios ejemplos en mi colegio. Podría tal vez ser comprensible pero de ninguna manera justificable y peor si ese profesor, en un monumental acto de sinvergüencería, se atreve a pregonar lecciones de moral en las reuniones de colegas o en clases a sus propios alumnos. Sin embargo, sucede así. Lo más lamentable es que esta especie de estercolero tiende a fortalecerse, sino hay que mirar a los políticos que nos gobiernan – el congreso por ejemplo está lleno de caraduras –. Pero, ¿hay una manera certera en que se pueda rebatir aquella ofensiva pútrida? Me parece a estas alturas difícil precisarlo porque todo intento termina siendo huérfano o en última instancia traicionado. No podría decir algo menos al ver a una colega que ahora se complace de la ilegalidad del Director después de asumirse abanderada de la integridad y la decencia. No ha sido gratuito, claro. Hubo el favor de un trabajito que le generó pingües ganancias.
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