miércoles, 31 de marzo de 2010

rosha

Hace unos meses atrás falleció la señora Rosalva Sol sol, o Rosha, como le decíamos cariñosamente sus allegados. Una triste pérdida como también fue de su esposo, Juan Laulate. Ella, todavía en vida, me pidió que le haga un retrato al óleo, pero por alguna razón no pude cumplirle. Ahora, aunque tarde tal vez, hice su caricatura para redimirme y no pude evitar de escribirle un poema:


Rosha, hoy estaré en tu casa
que me siento triste de saberme desamparado
con una sandía en brazos cubriré mis despojos
en el umbral sabré compartirlo al fin gritando,
¡uuhhh…!
y me callarás con las mismas palabras de tu cansancio
gimoteando un canto abstracto en la frente de Juansho tiembla
un surco que se extiende agujereado hasta la calle por un bastón
en la cocina, Pollito, ¿has almorzado?
Mi respuesta preludia tu rezago en el plato que derramas
el guiso de sardina bien puesto con una limonada más cerca
un chapo.
Morena ha salido como otras veces y la China no vuelve aún, dices,
sólo Beni azota la casa con el ruido misilero de esa música profana.
Pero no habrá otra ronda más ajena en el patio
donde conjura el almendro abandonos póstumos con la hojarasca
que recoges por las tardes atraes una junta de mecedoras
y los vecinos nos ven riéndonos de historias
inventadas al borde de los remiendos multicolores
que componen una colcha que pareces no querer terminarla nunca.
Sólo las groserías de Beni alteran tu buen talante
en una mirada ímproba condenas el grotesco deleite
que a Juansho le ha sacado del aburrido temblor de sus manos
olvidándose de odiarme, ¿por qué será, Rosha?
No deseo escaparme pero la noche me ha descubierto ausente
junto al viejo televisor que golpea Morena en la sala
se beneficia el color para resondro del teléfono
que interrumpe cada vez y de ahí llamo a mi madre,
– si la hubieras conocido mis fechorías no serían secretas –.
La cena procrea un tacacho con huevo en la mesa cumple
el viejo reloj en avisarte del sueño efímero
meciéndote alrededor de la cama se reúnen y te quejas
del dolor de los años que no golpea más que los desechos que heredas.
Por eso anhelas que alguien cante un himno
evangélico para alivio de las huellas de árbol que has inventado.
Y yo me dejo ir, Rosha, a casa otra vez, con deseos que resisto
como hijo ajeno me afirmo en cada paso las calles me reclaman
de las tardes que no llego, de las mañanas que no me encuentro
cuando ahora eres tú quien te alejas…

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