Una mañana sorprendí a mi colega Enith queriendo atrapar un pichoncito que cayó de su nido (las palomas hacen sus nidos en los intersticios de los techos del colegio) y que estaba aprendiendo a volar. Fue un espectáculo sumamente gracioso. Enith parecía una niña saltando y corriendo por el patio detrás de aquel inofensivo animalito que supo rebatir valientemente los denodados esfuerzos de mi colega, hasta que finalmente ganó altura y se posesionó de la parte alta del techo. Enith tuvo que darse por vencida.
Yo tuve mejor suerte que ella porque pude atrapar una pequeña historia que por cierto causó muchísima gracia a todos mis colegas que espectaron como yo aquella anécdota.
Yo tuve mejor suerte que ella porque pude atrapar una pequeña historia que por cierto causó muchísima gracia a todos mis colegas que espectaron como yo aquella anécdota.