Nunca me he confesado ante un cura como tampoco nunca he recibido la hostia, aunque confieso que esta última sí me gustaría experimentar. Pero, claro, como no hice mi primera comunión, debo estar seguramente marginado (a propósito tengo un cuento sobre este tema. Se llama “el bautizo”) Creo que uno se puede comunicar directamente con Dios, orando, no sólo rezando el Padre Nuestro de memoria o el Ave María, y tampoco bajo la sola intercesión de un religioso. Dios no debe ser tan exclusivista. Pero sí me parece admirable – en realidad es envidia lo que siento – es este privilegio que tienen los curas de enterarse todas las maldades de sus fieles. Imagínense las miles de historias que saldrían de esos secretos. Sería fantástico. Pero claro, nunca se atreverían porque ellos están bien convencidos que jamás Diosito les perdonaría esa blasfemia. Aquí les dejó con las confesiones que un conocido alcalde diría en sus travesuras libidinosas.
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