Don Edwin se alucina un prodigio de la oratoria, un paladín de la verborrea demagógica, equiparado sólo al nivel de un ministro o congresista. Por eso sin disimular su impudicia chotea cumbianveramente a la que fue su regidora e incondicional aliada, Ruth Divina, a protagonizar un debate. Algo fuma o qué, si los únicos que resisten su boquita de teterita son sus secuaces periodísticos que le hacen gorra por el maicillo que les arroja.
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