Pobre Edwin, el fin de su derrotero está más clarísimo que el chillido de una sirena. No hay fórmula. El efecto de su Rasputín termina siéndole nocivo porque evidencia la bajeza del oficio periodístico dentro de toda esa prole de comunicadores de encomienda. La diferencia es que otros lo disimulan pero este hace alarde de su “naturaleza”.
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