La sátira caricaturesca incomoda a la señorita Antuca que, consecuente con su enfado maoísta, ha decidido responder con la decapitación violenta del atrevido medio que el derecho de la libertad de expresión amparaba. Esa libertad constituye un detestable privilegio cuando lo abordan sus enemigos, sin embargo, resulta ser legítima y constitucional cuando se filtra a su conveniencia. Felizmente sus achaques son fugaces campanazos de la era jurásica.
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